DE UNA MUJER Y SU LUZ
Quisiera contar una historia de amor, todo lo que me rodea me evoca ese sentimiento.
La miro a los ojos cada vez que suena el teléfono y la luz que se enciende en su liquida pupila la ilumina por completo por un segundo, solo un segundo porque la llamada no es para ella, y aunque lo sabe muy bien, aunque sabe que la llamada nunca es para ella, la luz es inevitable.
Luego la veo pasearse entre sus dibujos, su flauta y sus sueños de gran novelista, y me parece que la oigo sufrir por ese amor que añora, que sabe que se merece, pero que no existe.
Ella no se da cuenta de que la miro, que sigo cada paso que da, cada suspiro que exhala lo tengo registrado, cada lágrima que se traga es tan evidente para mí. La pobre viene y va por la casa sola, esperando a que llegue el gran momento, a que el trozo de vida que todo el mundo se merece, se le presente fresco y amante, sueña con él, se despierta con el sabor de su piel en la boca, hace planes de lo que dirá, ensaya las miradas, las caricias, se imagina la sensación de sus dedos en sus labios, explorándola, reconociéndola y amándola. Tiene todo preparado, la espera la ha hecho perfecta, ya ha superado todo los inconvenientes: por cada mal entendido habrá un tibio beso que redima el error; cada diferencia será borrada por las yemas de unos dedos tiernos que dibujen su rostro; las lágrimas las tiene todas reservadas para el momento en que sean uno; y las palabras que repasa en las noches de insomnio, están dispuestas en su mente como un abanico que solo basta abrir. Están todas y son todas nuevas, nunca han sido pronunciadas, nunca han tocado el aire, están ahí para poder dar una forma a esa sensación de infinito, de ansiedad de desesperación que la ahoga y la torna vulnerable.
La miro y no se da cuenta. En este momento está imaginando que la sorprende con una cajita musical que toca un preludio de Chopin. Me da pena hablarle y sacarla de la abstracción, porque seguro viene la parte en que ella lo mira a los ojos, se sumerge en su mirada y le toca el alma. Dudo entre irme, para dejarla sola con el momento de estupor, o romper con una palabra el hechizo con que inundó toda la habitación. No me atrevo a perturbarla y me alejo, no sin antes percibir la luz que la rodea, es una luz celeste que recorre su cuerpo y la hace parecer una criatura divina.
Cuando salgo de la casa me siento vacía. Nunca he visto en mis ojos la luz que veo en ella cuando suena el teléfono (aunque siempre es para mí). Las lágrimas que se traga y que solo yo percibo, encierran un misterio de esos que hace años no hay en mi vida, y esa luz que me obligó a salir del cuarto por que me sabía estorbando, me hizo sentir sola, sucia, gris.